AUTOTRASCENDENCIA Y CAUTIVERIO: EL LOGOS DE UNA REVOLUCIÓN

    La Segunda Guerra Mundial empezó en 1939, con la invasión alemana a Polonia, el primero de septiembre de ese año. Miles de personas en el mundo, ese día, no tenían la menor idea de lo que estaba por venirles. Desde muertes atroces, hasta las más viles torturas: millones de personas sufrieron todas las desgracias de una guerra que sería su día a día por seis años, sin saber cuándo sería su fin. Poco sabían miles de personas que, en un tiempo no muy distante, serían prisioneras del mayor genocidio del siglo XX. 

    Este ensayo plantea algo que a sim   ple vista parece un reto, pero que en su centro esconde más de lo que superficialmente podemos percibir: ¿Es analógica la trágica experiencia del Holocausto, con el sistema de gobierno al que ha estado subordinado el pueblo venezolano desde 1999? 

    Entre tanto sufrimiento y miseria, se entraña la primera característica común de ambos sucesos: el atentado a los derechos humanos. Resulta inaudito presenciar cómo son los mismos humanos, quienes deciden privar de susodichos derechos, a otro grupo de su misma especie, como si la dignidad fuese anclada a cualquier otra cosa que no fuese la mera condición humana. 

    Estos “derechos humanos” están fundamentados en la afirmación de que la dignidad no puede ser perdida, pues, es característica de la esencia humana, y no depende del ejercicio de sus cualidades, pues cada hombre y mujer son irrepetibles e insustituibles. Sin embargo, esta dignidad puede ser violentada por otras personas, quienes actúen en contra de ella. Lo que parece ser un extremo, como las múltiples torturas y muertes de venezolanos a manos del Estado, hasta la violación a los derechos de cada hogar; inseguridad alimentaria, el acceso a una salud de calidad, un sistema educativo deficiente, desempleo, falta de acceso a los servicios básicos, e inclusive falta de libertad de expresión. 

    Difícil fue para el venezolano de 1999 ir adaptándose a su nueva realidad, orquestada por los nuevos protagonistas del panorama político venezolano. Desde el estrato socioeconómico más bajo hasta el más alto sufrieron las consecuencias propias del sistema de gobierno que fue escogido a través del voto en aquel tiempo. Los primeros en sufrir, fueron las clases mejor posicionadas, pues muchos tuvieron que presenciar cómo su esfuerzo de años por conseguir estabilidad, se venía abajo poco a poco. Personas inteligentes, de buena posición, quedaron desempleadas tras el cierre de muchas empresas y las expropiaciones. Muchas personas perdieron ahorros y poder adquisitivo tras la devaluación de la moneda y la reforma monetaria. 

    Los recién graduados de aquel momento, es decir, la generación X, quedó de frente a un país próspero que comenzaba a cerrarle las puertas. Todo el esfuerzo de la clase media y de la clase alta se veía burlado por un nuevo sistema cuya filosofía se basaba en que el mérito por el esfuerzo personal era castigable e inadmisible, pues había que existir una condición igualitaria, donde el poseer es malo. Poco a poco, la condición se hacía más cercana a la que describe Viktor como: “Aprender lo que hace un ser humano cuando no tiene nada que perder más que su ridícula vida desnuda”.(Frankl, 1946, p. 18). El chavismo erradicó de la faz de la tierra venezolana muchas condiciones de vida, donde muchas personas pasaron de tenerlo todo a no tener nada. Todos quedaron de cara al recuerdo de un país que empezaba a desmoronarse ante sus propios ojos, convirtiéndose en prisioneros de aquellos quienes tenían la brújula política y económica. 

    Las emociones del venezolano fueron analógicas a la de un prisionero en el Holocausto: curiosidad, fría y desapegada por el propio destino. Se vivía en la calle el hambre, humillación y cólera ante la injusticia. Y de repente, tras la pista de un indigente en la avenida Baralt, se podía entablar una amable conversación, donde al escuchar las primeras oraciones de aquel señor, no era sorpresa darse cuenta de que era un hombre inteligente, estudiado, de buenos modales. Un hombre que luchó por darle sentido a la vida en los años que pudo y terminó sumido en la miseria que trajo el chavismo al pueblo. Una persona inteligente, pero consumida por la voraz situación económica que le quitó la oportunidad de una vivienda digna, de un sustento económico, alimento, trabajo. Una situación donde el salario mínimo y la presunción de una normalidad inexistente se hacía insultante para aquel señor, y los miles más en su condición. 

    ¿Cómo puede describirse el sentimiento de ese señor? En otras palabras que no sean sufrimiento, humillación, indignación. Que en la voz de aquella mujer que pide limosna en un semáforo, o de aquel hombre que decide no mendigar aunque haya pasado todo el día sin probar bocado, se vocifera una inexorable apatía como mecanismo de defensa ante una situación que les sobrepasaba, ante una nostalgia que crecía inevitablemente dentro de sí. Pero si se tomase el tiempo de acercarse a aquella mujer, o a aquel hombre, y preguntarles quienes han sido, es desmoralizador escuchar las historias. El anciano moribundo en un ente público de seguridad social, que algún día fue un prestigioso banquero. El parquero de un restaurante en Las Mercedes, que algún día fue un profesor universitario, quien formó a miles de alumnos. 

    En nuestros propios hogares, la escasez hizo que incluso el comer se volviera un desafío, pues no había comida suficiente en el país para llenar el estómago de todos los venezolanos. El vivir de un día a otro se convirtió en supervivencia. La apatía se hacía necesaria para sobrevivir a la situación. Heridos por la agonía mental causada por la injusticia, por lo absurdo de todo aquello. 

    De frente a tal deformación social, muchas personas rebajaron sus ideales y metas, donde aquel que un día soñó con comprar una casa en alguna urbanización bonita, empezó a soñar con tener las tres comidas al día siguiente, o con poder alimentar a sus hijos. Múltiples intentos se hicieron contra el gobierno, donde hoy por hoy reina la desmoralización de que tras tantos muertos e injusticias, sigue imperando el atropello hacia la dignidad de cada individuo del pueblo. Sobreponerse a esta situación es una capacidad que compartimos todos los venezolanos, y que cobra sentido únicamente en una sólida base: la libertad interior como la principal de las libertades, y la resiliencia. 

    El venezolano ha debido aprender a aislarse del entorno terrible que le rodea, mediante una vida espiritual, aferrándose al amor y a la familia. Muchos de los venezolanos sobrevivieron a sus más trágicas situaciones a través de aceptar su sufrimiento con responsabilidad, a sabiendas de que tenía sentido sufrir por una meta mayor: sea religiosa y constituida en Dios, o sea amorosa y fundamentada en el ser querido. Es posible trascender de un mundo insensato a través del amor, la fe, la esperanza. 

    Es difícil luchar contra cierto complejo de inferioridad, donde a muchos venezolanos es como si les negara quienes fueron antes del chavismo, como si esa vida no hubiese sido real. Pero la libertad es algo tan fuerte, que incluso esta situación de miseria, no pudo ir en contra de la identidad de muchos venezolanos, y su forma de ser y vivir la vida. Si bien muchos optaron por mecanismos de defensa inmorales para sobrevivir, era cierto que había otros que ofrecían de lo que tenían, aunque fuera poco. Se compartía un kilo de arroz con la vecina porque se sabía que era una necesidad común. Se repartía la comida propia entre los indigentes porque si bien no se comía completo, había personas que necesitaban más y podían menos. 

    La elección de la actitud personal para decidir el camino propio es algo que jamás se pudo arrebatar, por más sistema político que llevara las riendas del país. Las decisiones que tomáramos siempre serían nuestras, y precisamente por ello, era decisión nuestra dejarnos moldear por el patrón de comportamiento que nos exigía tal modelo de gobierno, pues su finalidad no era más que devolvernos a un principio de autoconservación primitivo, animal. El tipo de persona que se era, no venía determinado por la influencia del panorama, sino una decisión íntima y diaria. 

    En esta libertad espiritual, de afrontar las circunstancias siendo nuestra propia persona, se afinca que aquella forma auténtica de sufrir y soportar cualquier condición, es lo que hace que tenga sentido y propósito la vida por la cual estamos luchando. Es difícil aspirar a futuro cuando el futuro es tan incierto, cuando pende de un hilo, cuando las probabilidades y las oportunidades son distintas día a día.

La juventud venezolana de hoy se presenta ante el desafío de vislumbrar una meta más allá de lo que presenta el día a día, de soñar con algo más que una buena comida. O no sólo una buena comida, sino soñar más allá de conseguir un vehículo, o algo material como consecuencia de los traumas que ha dejado impreso el gobierno de turno. Tiene el desafío de encontrar oportunidades ante el reto que le presenta la situación actual, en vez de dejarse caer y llevar como juguetes o marionetas del sistema que les acosa. Aquel que pierde la fe en su futuro está condenado, pues quien no ve ningún sentido, meta o intencionalidad en su vida, no tiene finalidad en vivirla. Es eso lo que busca el sistema: formar personas que ya no sueñen, que sean conformistas, que no esperen nada de la vida y por ende nada de ellos mismos. 

    Que la mediocridad ya no sea mediocre, sino lo máximo, y convertir el mínimo en algo plausible. La base del comunismo es desmoralizar y abatir a quienes aún pueden tener el poder en sus manos; irrumpir en la resiliencia de un pueblo y hacerlo conforme de su situación. Se está viviendo una burbuja de conformismo, donde se ha tergiversado el concepto de bienestar y éxito. Han cumplido su misión de que la sociedad haya bajado sus estándares de “propósito”, volcándolo a mera estabilidad económica. 

    Los sueños de aquellos pocos niños de Petare que le encuentran sentido a estudiar, es poder pagar una hamburguesa. Los sueños de la clase media son poder tener un auto blindado. Los sueños de la clase alta son poder mantener los negocios de los padres. Le pusieron un techo a los sueños sin que nadie se diera cuenta. Y aún así, hoy por hoy todas las clases quedan encaradas a la misma pregunta: ¿Cuál es el sentido de todo lo que ha sucedido a nuestro alrededor?, ¿Y qué papel desempeño en la propia historia de mi país? Hay que volcar nuestra visión del “qué esperamos de la vida” hacia él “qué espera la vida de nosotros”. 

    La respuesta a esa incógnita reconstruirá lentamente el país que se tiene entre manos, y aquella respuesta sólo puede darla cada uno de los jóvenes, en su propia vida, su propio destino, pues es en ese sufrimiento único e irrepetible donde se hallará aquella oportunidad. Las lágrimas son evidencia del coraje, y en ese coraje reside la responsabilidad de asumir la propia existencia. La vida humana nunca cesa, incluso en sus más bajas e inexplicables situaciones. La oportunidad de vivir no puede quedarse anclada al pasado, y comprende también los momentos de agonía, frente a los cuales habrá que sobreponernos las veces que sea necesario, con la mirada en algún objetivo que nos permita sobrevivir nuestra circunstancia. Citando a Nietszche, “Quien tiene un porqué vivir, casi siempre encontrará un cómo”. El sentido de la vida no es algo que nace de la propia existencia, sino del cómo se hace frente a la vida, al existir. Es un logro humano cuando nace de la frustración existencial. Aquel vacío entre lo que somos y lo que queremos ser. Para construir un país, es necesario que la juventud se desafíe a sí misma. El hombre no necesita un estado de eterno equilibrio, sino esforzarse por metas que merezcan la pena. 

    «Vive como si ya estuvieras viviendo por segunda vez y como si la primera vez ya hubieras obrado tan desacertadamente como ahora estás a punto de obrar». (Frankl, 1946, p. 91). Si estuviésemos viviendo por segunda vez, ¿Qué nos hubiese gustado sacar de provecho de la situación en la que estamos? Existen muchas cosas que vale la pena que se comprendan ahora. ¿Qué significa quién se es hoy, y cómo determina eso quién se es mañana? Vale la pena vivir con ferocidad y ganas, luchar por entender quiénes somos y qué se nos inquiere hoy. La vida es finita, y la oportunidad de trascender no se nos plantea únicamente en la muerte del cuerpo. La autorrealización es posible como consecuencia de la capacidad de trascender. 

    Una generación nihilista que se ve a sí misma como carente de significación, jamás podrá levantar los cimientos de un país que necesita de propósito hoy más que nunca. Nuestra generación tiene como deber entender que el hombre no está determinado, sino pues, se determina a sí mismo. Tenemos la libertad de cambiar y escoger en cada instante, más allá de las limitaciones externas. Limitaciones sobre las cuales tenemos la oportunidad de elevarnos y trascender, con la responsabilidad propia de la libertad, sin ánimos de arbitrariedad. Hemos recorrido mucho camino como pueblo, y falta mucho por recorrer. 

    “El hombre es hijo de su pasado, pero no esclavo de su pasado y es padre de su porvenir”. Frankl, Viktor. (1946)

Redactado por  Valeria Sánchez

Publicado por Virinia Khalil

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