¿PESADILLA O REALIDAD?: SENTIMIENTO NACIONAL

    ¿Por qué me resulta tan difícil encontrar puntos válidos para comparar el Holocausto Judío con la Revolución Bolivariana? Por mucho tiempo pensé que era realmente imposible comparar estas dos realidades, una pasada, y una actual, ya que no veía cómo una masacre en masa, que aniquiló a más de once millones de personas, que separó y quebró familias, dejó una huella indeleble en la sociedad, y demostró la ausencia de humanidad que pueden presentar las personas al perseguir ideales personales, podía tener siquiera una pequeña similitud con lo que vivimos los venezolanos. Sin embargo, al pensar un poco más allá del daño físico que puede causar una persona, situación o experiencia a otra persona, podemos enfocarnos en otra dimensión que puede estar aún más afectada que la física: la psicológica. Es por esto que, para este ensayo, se usará el libro “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, un reconocido psiquiatra judío que cuenta su experiencia en los campos de concentración y hace un estudio de la dimensión psicológica en el recluso, como referencia.

    Cualquier persona, ya sea un judío en el Holocausto, un ruandés en el Genocidio de Ruanda, un norcoreano tratando de escapar de su país, o un venezolano viviendo en comunismo, puede desarrollar traumas, desbalances psicológicos y cicatrices en su alma, al encontrarse sometidos a situaciones que amenazan contra su dignidad y voluntad. Así pues, Venezuela es un país que ha vivido una revolución comunista por más de 20 años, liderado por incompetentes, que no hacen más que deshumanizar a una gran parte de la sociedad, poner trabas en la vida de muchas personas, y acabar con los sueños de otras, por lo que este análisis me parece de lo más necesario.

    La Revolución Bolivariana se instauró en Venezuela hace ya más de veinte años, y desde entonces el país ha sido víctima de crisis económicas y sociales que no paran de crecer. Vivimos en un país en el que no se respeta al gobierno, porque han demostrado una y otra vez la capacidad de maldad que cabe en el corazón del hombre; en el que se le teme a los oficiales del ejército y fuerzas del gobierno, porque son personas que se aprovechan de su estatus y de los privilegios que el poder les otorga, a pesar de que la mayoría sufre de las mismas carencias que el pueblo venezolano, como lo hacían los ‘kapos’ en los campos de concentración; y en el que todos los ciudadanos sufren, de una manera u otra, de estrés y ansiedad ante la incertidumbre que representa el ser venezolano, el vivir en Venezuela y el no saber cuánto más durará este abuso de poder.

    Los venezolanos son reconocidos por ser personas resilientes. ¿Cuántas veces hemos escuchado esa palabra en los últimos años? La resiliencia es una cualidad envidiable, eso no se puede negar, ya que quien la posea es capaz de levantarse cada vez que cae, y de luchar por lo que quiere. Sin embargo, llega un punto en el que se piensa que la resiliencia es limitada y que la desesperanza puede inundar cada día más el alma, dejando a un ser que se acostumbra a todo porque está cansado, física y mentalmente, de mostrarse siempre fuerte, feliz y optimista. En el libro, Frankl habla de que, luego del internamiento, surge una ola de “apatía”. Esta apatía era sufrida por los prisioneros, que ya no volteaban la cara para no ver a los demás siendo castigados, y que perdían la motivación o voluntad de seguir viviendo. Cuando se agota la resiliencia y ganas de seguir peleando por un país en el que sus líderes miran hacia abajo y no sienten ni la más mínima culpa ni remordimiento al ver personas morir de hambre, y presenciar la separación de tantas familias cuando sus miembros emigran en busca de mejores oportunidades, aparece esa apatía.

Una vez fui testigo del estrecho nexo entre la pérdida de la fe en el futuro y este peligroso darse por vencido. F., el jefe de mi barracón, compositor y libretista famoso, me confió un día: «Me gustaría contarle algo, doctor. He tenido un extraño sueño. Una voz me invitaba a desear cualquier cosa, bastaba con preguntar lo que quería conocer y mis preguntas serían satisfechas de inmediato. ¿Sabe qué pregunté? Cuándo terminaría la guerra para mí…Cuándo seríamos liberados los de este campo y cuándo terminarían nuestros sufrimientos». (Viktor Frankl, 1946, p. 99). 

    Vivir en comunismo crea una burbuja y aislamiento, donde se vive con algo que, en los campos de concentración, se conocía como la “ilusión al indulto”. Esta se refiere a la capacidad de mantener las esperanzas de que en algún momento seas “perdonado” y se acabe el sufrimiento y la desilusión. En el caso de Venezuela, muchos viven con la esperanza de que llegue el día en el que haya un cambio positivo y permanente en el país porque, aunque si es verdad que actualmente hay muchas personas que poco a poco han ido mejorando su situación individual y familiar con nuevas oportunidades de trabajo y el surgimiento masivo de los emprendimientos en el país, existe todavía un porcentaje muy grande de ciudadanos que vive en condiciones de mucha pobreza, que no tienen para comer, por lo que rebuscan en la basura; que no les alcanza el dinero ni para las cosas necesarias, por lo que ponen a menores de edad a trabajar o a pedir limosna en la calle en vez de asistir al colegio; donde viven familias enteras en casas con una sola habitación; y donde las personas no tienen acceso a médicos que los ayuden con sus dolencias físicas, y mucho menos para doctores que los ayuden con las mentales. Este deseo de ser salvados es un sentimiento nacional, y todavía se tiene la esperanza de que llegue el día en que esa burbuja explote y que Venezuela vuelva a ser el país próspero que en algún momento fue.  

    Para todo venezolano, ya sea que pertenezca a la alta, media o baja sociedad, el sentido de la vida muchas veces se limita a trabajar para poder sobrevivir y dar lo que puedan a sus familias. Sin embargo, siempre está ese deseo de cumplir con los sueños que se tienen, ya que, si no se trabaja para cumplirlos, ¿de qué sirve tanto sufrimiento y trabajo?. “Cuando un hombre descubre que su destino es sufrir, ha de aceptar ese sufrimiento, porque ese sufrimiento se convierte en su única y peculiar tarea” (Viktor Frankl, 1946, p. 102). Si no se le busca un sentido o un fin a nuestro sufrimiento, entonces tampoco tiene sentido sobrevivirlo. Si se pensara que el sentido de la vida es simplemente salvarse, lo que es algo al azar porque, al fin y al cabo, el hombre es solo un juguete del destino, entonces la vida no merece ser vivida. Aceptar el destino y el sufrimiento, da una oportunidad a la persona de llenar su vida con un sentido más profundo al conservar su dignidad, valor y generosidad, al cumplir con sus metas más grandes, y al verle el lado positivo a todo, pero sin olvidar que sigue existiendo el negativo; en vez de zambullirse en el amargo sufrimiento y ver la vida como algo que pasa y ya. “El hombre se autorrealiza en la misma medida en que se compromete con el cumplimiento del sentido de su vida” (Viktor Frankl, 1946); así, se puede decir que un hombre que no busca cumplir con sus metas personales, que nacen desde su interior y desde sus más grandes anhelos, no es capaz de vivir una vida plena, debido a que hay una ausencia de su búsqueda de la felicidad. 

    Personas que no crecieron en un ambiente psicológicamente hostil como lo es Venezuela, no entenderían porqué tantas personas huyen, porqué tienen más de un trabajo, porqué sufren de tanta ansiedad, estrés y depresión. Capaz es por eso que el “indulto” que se mencionó anteriormente, no ha sido otorgado al pueblo venezolano. Pero, si te pones a pensar, el mundo sí que está consciente de las barbaridades que aquí ocurren, pero para ellos resulta más fácil escuchar en películas y series cómo usan a Venezuela como ejemplo de miseria, comunismo y pobreza, que extender la mano y ayudar a millones.

    A medida que iba avanzando en el relato de Viktor Frankl, no podía dejar de pensar que las cosas que contaba y todas las situaciones que vivieron los reclusos en los campos de concentración eran totalmente increíbles, en el mal sentido, por supuesto. Me parecen increíbles y, aun así, me volteo y veo a mi lado a alguien que fácilmente puede estar pasando por situaciones físicas similares, o que pueden estar pensando en la infinidad de problemas de su existencia por el simple hecho de ser venezolano; y no me detengo a pensar en ello. Ahora pregunto, si estás durmiendo, y tienes una pesadilla que es mejor que tu realidad, ¿te despierto?. Esa fue una de las muchas realidades de las que habló el autor en su libro, y que se quedaron grabadas en mi mente. Existen personas que sufren tanto en este mundo, y, sin embargo, muchas veces no nos detenemos a pensar qué pasa por su mente, o qué está pasando en su vida para que sienta que una pesadilla es mejor que la vida que vive. Pero perderse en los sueños, o pesadillas, no hace que la realidad desaparezca, solo hace que nos alejemos de ella, solo un momento, para superarla de a poco y que, al despertar, el golpe no sea tan fuerte.

    Pensar que alguien, en algún momento de la historia, creyó que era buena idea masacrar y deshumanizar a un pueblo entero, parece inhumano; pero sí, eso sí paso, y puede que sigan existiendo personas con la misma maldad en sus cuerpos que aquella que dirigió un genocidio. Es por esto que es importante seguir creyendo que, por naturaleza, el hombre el bueno, digno e inteligente, lo que lo hace capaz de escoger el bien por encima del mal, de entender que cada persona es digna por el simple hecho de ser persona, independientemente de su raza, religión, ideales o estilo de vida; y de buscar la verdad y vivirla; porque, si no lo creemos, perderemos la fe en la humanidad. 

Redactado por Federica Chapellin

Publicado por Virinia Khalil

Blog de la FCEA 




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